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Mostrando entradas de junio, 2003

El discreto encanto de las horas punta.

EL DISCRETO ENCANTO DE LAS HORAS PUNTA autor: Ángeles Arévalo Hacía mucho, mucho calor. Cuando sudaba tanto, mi sexo olía siempre de una forma especial; aunque acabara de salir de la ducha. Olía a almizcle, a hendidura salada en la piel, una sal casi dulce brotando entre rizados pelos desde poros recónditos, zumo de mi cuerpo, una humedad íntima y penetrante que excitaba mi deseo. Me gustaba olerme cuando estaba solo en casa y el bochorno se cerraba sobre la ciudad. Hubiera querido poder abrir mi bragueta y aspirar un golpe de mi propio olor que borrara el resto de los olores humanos -excepto el de ella-, que se entretejían en la atmósfera viciada del autobús, formando una masa calculada de aire en la que dejaban sus residuos, de desodorantes o de inmundicias corporales, todos los ocupantes del vehículo anulando el mío. Mi olor perdido, indefinible y obsesivo olor a sexo, que la presencia de la mujer sin duda estimulaba a ser producido desde mis glándulas. Ella también sudaba, aunque

El discreto encanto de las horas punta. Ángeles Arévalo

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EL DISCRETO ENCANTO DE LAS HORAS PUNTA autor: Ángeles Arévalo Hacía mucho, mucho calor. Cuando sudaba tanto, mi sexo olía siempre de una forma especial; aunque acabara de salir de la ducha. Olía a almizcle, a hendidura salada en la piel, una sal casi dulce brotando entre rizados pelos desde poros recónditos, zumo de mi cuerpo, una humedad íntima y penetrante que excitaba mi deseo. Me gustaba olerme cuando estaba solo en casa y el bochorno se cerraba sobre la ciudad. Hubiera querido poder abrir mi bragueta y aspirar un golpe de mi propio olor que borrara el resto de los olores humanos -excepto el de ella-, que se entretejían en la atmósfera viciada del autobús, formando una masa calculada de aire en la que dejaban sus residuos, de desodorantes o de inmundicias corporales, todos los ocupantes del vehículo anulando el mío. Mi olor perdido, indefinible y obsesivo olor a sexo, que la presencia de la mujer sin duda estimulaba a ser producido desde mis glándulas. Ella también sudaba, aunque

La una y mil noches.

     "LA UNA Y MIL NOCHES"                                                                       (Un cuento sobre Bagdad) Desde las copas de los árboles los pájaros sacuden su vigilia en direcciones contrarias. En el mar se confunde el canto de sirenas con el grito de las bestias al parir sus desgarros. Abajo, una pequeña casa sin patios ni jardines va acumulando sus ropas sucias con una sed desesperante. Rash parece enloquecer ladrando al cielo sin saber qué ocurre, recostándose exhausto a un costado de la cama, jadeante de cansancio. Entonces, se abrieron los fuegos. Los hombres gritan y las mujeres lloran. Todo es confusión y terror. Por un instante ya no hay más cantos, ni sirenas, ni nada. Rompe el estruendo. Los niños abrazan los vientres exclamando: ¡Mamá! Es ahora cuando las mujeres gritan y son los hombres los que lloran. La naturaleza parece añorar su cordura. Un olor penetrante e irreconocible ingresa por las pequeñas ventanas de madera. Los ojos oscuros y rasgados

La una y mil noches. Alejandro César Álvarez

     "LA UNA Y MIL NOCHES"                                                                       (Un cuento sobre Bagdad) Desde las copas de los árboles los pájaros sacuden su vigilia en direcciones contrarias. En el mar se confunde el canto de sirenas con el grito de las bestias al parir sus desgarros. Abajo, una pequeña casa sin patios ni jardines va acumulando sus ropas sucias con una sed desesperante. Rash parece enloquecer ladrando al cielo sin saber qué ocurre, recostándose exhausto a un costado de la cama, jadeante de cansancio. Entonces, se abrieron los fuegos. Los hombres gritan y las mujeres lloran. Todo es confusión y terror. Por un instante ya no hay más cantos, ni sirenas, ni nada. Rompe el estruendo. Los niños abrazan los vientres exclamando: ¡Mamá! Es ahora cuando las mujeres gritan y son los hombres los que lloran. La naturaleza parece añorar su cordura. Un olor penetrante e irreconocible ingresa por las pequeñas ventanas de madera. Los ojos oscuros y rasgados

En la sala de manicura.

EN LA SALA DE MANICURA   Te quiero amor. Yo también te quiero.  Estamos en esa etapa maravillosa y perfecta donde todo nos parece, sin lugar a dudas, eterno. Él, como otras tantas tardes tórridas, sin ganas de nada debido al excesivo calor, se quedó echando una siestecita con el aire acondicionado puesto, soñando, seguro que sí, porque tiene una cara feliz, la de un hombre satisfecho. Yo, a todo correr, me preparaba para ir al salón de belleza, le prometí que iría  muy temprano, decía que habían venido muchos turistas y a todos les daba por ir a la peluquería o pedían cita para hacerse una limpieza completa, así que deseaba ir a la hora recomendada. En el reloj de la escalera daban las cuatro y veinte cuando toqué al timbre.  Me abrió una chica nueva, Susana, dijo que estaba sustituyendo a Pepa, la chica que siempre me atendía, porque se había puesto enfermo un familiar. Muy educada me preguntó si no había inconveniente en que fuese ella la que me

En la sala de manicura. Nicolás Ximénez

EN LA SALA DE MANICURA   Te quiero amor. Yo también te quiero.  Estamos en esa etapa maravillosa y perfecta donde todo nos parece, sin lugar a dudas, eterno. Él, como otras tantas tardes, tórridas, sin ganas de nada debido al excesivo calor, se quedó echando una siestecita con el aire acondicionado puesto, soñando, seguro que sí, porque tiene una cara feliz, la de un hombre satisfecho. Yo, a todo correr, me preparaba para ir al salón de belleza, le prometí que iría  muy temprano, decía que habían venido muchos turistas y a todos les daba por ir a la peluquería o pedían cita para hacerse una limpieza completa, así que deseaba ir a la hora recomendada. En el reloj de la escalera daban las cuatro y veinte cuando toqué al timbre.  Me abrió una chica nueva, Susana, dijo que estaba sustituyendo a Pepa, la chica que siempre me atendía, porque se había puesto enfermo un familiar. Muy educada me preguntó si no había inconveniente en que fuese ella la que me

Un concierto.

Jugábamos a ser héroes en la gran montaña rusa un momento después del gran concierto. Todo nos parecía acorde con lo planeado apenas unas horas antes. Mis tíos, ajenos a ese sentimiento primero que enfrentó nuestros cuerpos en el rellano de la escalera, le habían encargado mi cuidado y diversión, muchacha de provincias, de una familia venida a menos, cuando cerraron las minas de hierro. Unas vacaciones en la capital de España sería gratificante para esta alma despojada de caprichos, que se tendría que poner a trabajar sin haber acabado los estudios de bachillerato, dijeron sus tíos, convencidos de que en Madrid se lo pasaría estupendamente, antes de que la contrataran en la tienda de lencería. Bajé a la plaza del barrio, quería jugar a la pelota o la rayuela con los amigos que había ido haciendo desde que llegué. Daba igual que fuesen mucho más jóvenes que yo, no estaba acostumbrada a sentirme sola. Al llegar a la plaza, sentado cerca de la fuente, libro en mano, estaba un chico, demas

Un concierto. Nicolás Ximénez

Jugábamos a ser héroes en la gran montaña rusa un momento después del gran concierto. Todo nos parecía acorde con lo planeado apenas unas horas antes. Mis tíos, ajenos a ese sentimiento primero que enfrentó nuestros cuerpos en el rellano de la escalera, le habían encargado mi cuidado y diversión, muchacha de provincias, de una familia venida a menos, cuando cerraron las minas de hierro. Unas vacaciones en la capital de España sería gratificante para esta alma despojada de caprichos, que se tendría que poner a trabajar sin haber acabado los estudios de bachillerato, dijeron sus tíos, convencidos de que en Madrid se lo pasaría estupendamente, antes de que la contrataran en la tienda de lencería. Bajé a la plaza del barrio, quería jugar a la pelota o la rayuela con los amigos que había ido haciendo desde que llegué. Daba igual que fuesen mucho más jóvenes que yo, no estaba acostumbrada a sentirme sola. Al llegar a la plaza, sentado cerca de la fuente, libro en mano, estaba un chico, demas