Aquél verano.
Entre ir a la montaña o la playa, aquél verano decidimos lo segundo. Estábamos en crisis sentimental. Demasiados años ya que nos conocíamos y pocas aventuras que contarnos. Al azar, entre la chica de la agencia de viajes y mis dudas, optamos por una playa al sur de España, más concreto en Almería, donde la luz, espacios naturales y belleza eran pregonados por todos los dípticos de publicidad que se encontraban en las revistas de viajes. En aquella época ejercía de maestra de escuela en Vigo, un colegio lindante con la calle Pizarro del que recuerdo tantas historias que algún día tendré que ponerme a relatarlas para evitar el olvido. Tomamos el tren en la estación de Renfe, dejando primero el auto aparcado en la calle de Urzaiz, donde degustamos un gratificante desayuno, y al que dejamos con la premisa de no tener que tomar un taxi cuando volviéramos.. Amenazan huelga y no nos apetecía nada pensar en la vuelta a casa con esos problemas. El viaje en tren fue de lo más aburrido. No había