La telebasura. Maribel Cerezuela

Me estoy poniendo bastante nerviosa. El reloj de mi ordenador marca las 16:28. En la TV están retransmitiendo un programa que me parece muy interesante sobre el virus en general y, en este preciso instante, el del Sida, en particular. Hablan y hablan, desde el programa Redes, en TV 24 h., pero mis nervios van en aumento. Acabo de limpiar la mesa. Tomo mis dos folios en blanco y mi bolígrafo preferido. Perdón, pero eso de tomar la pluma me parece una estupidez, por muy fino que quede escrito. A lo que iba, preparo la habitación para este momento en el que me tengo que sentar y escribir, de una maldita vez, un relato de no más de dos folios sobre la Telebasura.


El sábado hice un esfuerzo. Encendí el receptor y, ¡ay maravilla!, vi un gran partido de tenis entre nuestro gran maestro Nadal y..., no me acuerdo el nombre del contrario, abro la página del buscador más famoso del mundo, http://www.google.com, y en deportes, cuando lo que espero es encontrar una foto y un titular, no menos grande, de Nadal y su copa, me encuentro que no viene ni una sola noticia sobre el partido más famoso del mundo: "El torneo de Roland Garrós". Son las 16:34. Me voy a buscar a Yahoo.es. Noticias. Ya estoy, pero para mi decepción la única noticia que viene es sobre "Raúl no se perderá el partido contra Ucrania". Nada de tenis, nada de mi Nadal. Me adentro en http://www.yahoo.es, sección deportes, y, ¡por fin!, un titular enorme:


Tenis: Más de 4.8 millones de espectadores siguieron ayer la victoria de Rafa Nadal en la final de Roland Garros. Madrid, 12 (EUROPA PRESS) Más de cuatro millones de telespectadores (4.382.000) siguieron ayer la victoria del tenista mallorquín Rafael Nadal, sobre el suizo Roger Federer en la final de Rolang Garrós.


El sábado disfruto con el tenis. El domingo con otro campeón de campeones, Fernando Alonso gana en Silverstone (Reino Unido), 12 jun (EFE). El español Fernando Alonso (Renault) logró ayer en el Gran Premio de Gran Bretaña, octava prueba del Mundial de Fórmula Uno, su quinta victoria de la presente temporada, y la tercera consecutiva, y lo hizo con autoridad y contundencia, sin dar opción alguna a sus rivales.


Las 16:44. El programa de los virus sigue su curso. "Un pato doméstico normal pasa por allí y se infecta". Yo si que soy un pedazo de animal. El tema, reitero, es la telebasura. El director de "Diariovoz", uno de los mejores periódicos locales gratuitos de noticias de Almería, insistió en que el tema debía de ser lo más crítico y de rigor posible. ¿Cómo se puede hablar de telebasura y ser crítico y de rigor científico al mismo tiempo?


Juan llega a la habitación, lo que aprovecho para llorarle sobre la injusticia de tener que escribir sobre un tema que me gusta tan poco y del que no sé nada. Me increpa diciendo que, para empezar, telebasura es "Ana Rosa Quintana", "Gran Hermano", "Operación Triunfo", "Aquí no hay quien viva", y ese largo etc., interminable que se puede comprobar en cualquier revista "Pronto". Si quieres ver telebasura quita ese programa ya y no pierdas el tiempo en temas culturales.


Tiene razón. Casi siempre tiene razón. Pero a mí lo que me gustaría ahora mismo es abrir mi pantalla de TFT, encender mi ordenador y jugarme una partida de ajedrez. Mi clave está a punto de caducar y con el rollo de la responsabilidad del domingo, no he jugado nada.


Hago zapin y en la TV1 se retransmite lo que parece ser una telenovela sudamericana. Lo digo por el acento. Me voy a la TV2. La cordillera alpina. Paisajes de maravilla. Música del Bolero de Rabel, y .. que no. Que eso tampoco. Busco telebasura de una vez. Son las 16:56. Canal 3. Otra telenovela. Qué felicidad para mi madre. Ella si que disfruta con ellas. Si hubiese justicia ella tendría que escribir sobre ese hombre que le mira y le desnuda. ¡Y no sé qué más! Ese hombre. Ridículo. Canal Sur. Hablan de nietos e hijos. No aguanto más. Enciendo mi ordenador. ¡Qué paz! Las 17 horas. Todos mis amigos me esperan en el "ogame". Han puesto SAC. Están celebrándolo con bengalas y salvas de sondas. Qué envidia.


Lo envío. Así mismo. Esté como esté. Total, el director no me puede enviar a la calle. Sabe que a la gente lo que le gusta es no gastarse el dinero y si recorto esta foto, le añado unas buenas tetas y le tapo un poquito los ojos, con esta pamela sudamericana, como colofón, queda muy convincente. El artículo se publicará mañana en página impar y a color. Especial vacaciones. Nadie quiere que le agüen la fiesta con críticas a la telebasura. ¡¿A que no?!


La telebasura. Maribel Cerezuela

Me estoy poniendo bastante nerviosa. El reloj de mi ordenador marca las 16:28. En la TV están retransmitiendo un programa que me parece muy interesante sobre el virus en general y, en este preciso instante, el del Sida, en particular. Hablan y hablan, desde el programa Redes, en TV 24 h., pero mis nervios van en aumento. Acabo de limpiar la mesa. Tomo mis dos folios en blanco y mi bolígrafo preferido. Perdón, pero eso de tomar la pluma me parece una estupidez, por muy fino que quede escrito. A lo que iba, preparo la habitación para este momento en el que me tengo que sentar y escribir, de una maldita vez, un relato de no más de dos folios sobre la Telebasura.


El sábado hice un esfuerzo. Encendí el receptor y, ¡ay maravilla!, vi un gran partido de tenis entre nuestro gran maestro Nadal y..., no me acuerdo el nombre del contrario, abro la página del buscador más famoso del mundo, http://www.google.com, y en deportes, cuando lo que espero es encontrar una foto y un titular, no menos grande, de Nadal y su copa, me encuentro que no viene ni una sola noticia sobre el partido más famoso del mundo: "El torneo de Roland Garrós". Son las 16:34. Me voy a buscar a Yahoo.es. Noticias. Ya estoy, pero para mi decepción la única noticia que viene es sobre "Raúl no se perderá el partido contra Ucrania". Nada de tenis, nada de mi Nadal. Me adentro en http://www.yahoo.es, sección deportes, y, ¡por fin!, un titular enorme:


Tenis: Más de 4.8 millones de espectadores siguieron ayer la victoria de Rafa Nadal en la final de Roland Garros. Madrid, 12 (EUROPA PRESS) Más de cuatro millones de telespectadores (4.382.000) siguieron ayer la victoria del tenista mallorquín Rafael Nadal, sobre el suizo Roger Federer en la final de Rolang Garrós.


El sábado disfruto con el tenis. El domingo con otro campeón de campeones, Fernando Alonso gana en Silverstone (Reino Unido), 12 jun (EFE). El español Fernando Alonso (Renault) logró ayer en el Gran Premio de Gran Bretaña, octava prueba del Mundial de Fórmula Uno, su quinta victoria de la presente temporada, y la tercera consecutiva, y lo hizo con autoridad y contundencia, sin dar opción alguna a sus rivales.


Las 16:44. El programa de los virus sigue su curso. "Un pato doméstico normal pasa por allí y se infecta". Yo si que soy un pedazo de animal. El tema, reitero, es la telebasura. El director de "Diariovoz", uno de los mejores periódicos locales gratuitos de noticias de Almería, insistió en que el tema debía de ser lo más crítico y de rigor posible. ¿Cómo se puede hablar de telebasura y ser crítico y de rigor científico al mismo tiempo?


Juan llega a la habitación, lo que aprovecho para llorarle sobre la injusticia de tener que escribir sobre un tema que me gusta tan poco y del que no sé nada. Me increpa diciendo que, para empezar, telebasura es "Ana Rosa Quintana", "Gran Hermano", "Operación Triunfo", "Aquí no hay quien viva", y ese largo etc., interminable que se puede comprobar en cualquier revista "Pronto". Si quieres ver telebasura quita ese programa ya y no pierdas el tiempo en temas culturales.


Tiene razón. Casi siempre tiene razón. Pero a mí lo que me gustaría ahora mismo es abrir mi pantalla de TFT, encender mi ordenador y jugarme una partida de ajedrez. Mi clave está a punto de caducar y con el rollo de la responsabilidad del domingo, no he jugado nada.


Hago zapin y en la TV1 se retransmite lo que parece ser una telenovela sudamericana. Lo digo por el acento. Me voy a la TV2. La cordillera alpina. Paisajes de maravilla. Música del Bolero de Rabel, y .. que no. Que eso tampoco. Busco telebasura de una vez. Son las 16:56. Canal 3. Otra telenovela. Qué felicidad para mi madre. Ella si que disfruta con ellas. Si hubiese justicia ella tendría que escribir sobre ese hombre que le mira y le desnuda. ¡Y no sé qué más! Ese hombre. Ridículo. Canal Sur. Hablan de nietos e hijos. No aguanto más. Enciendo mi ordenador. ¡Qué paz! Las 17 horas. Todos mis amigos me esperan en el "ogame". Han puesto SAC. Están celebrándolo con bengalas y salvas de sondas. Qué envidia.


Lo envío. Así mismo. Esté como esté. Total, el director no me puede enviar a la calle. Sabe que a la gente lo que le gusta es no gastarse el dinero y si recorto esta foto, le añado unas buenas tetas y le tapo un poquito los ojos, con esta pamela sudamericana, como colofón, queda muy convincente. El artículo se publicará mañana en página impar y a color. Especial vacaciones. Nadie quiere que le agüen la fiesta con críticas a la telebasura. ¡¿A que no?!


La telebasura. Maribel Cerezuela

Me estoy poniendo bastante nerviosa. El reloj de mi ordenador marca las 16:28. En la TV están retransmitiendo un programa que me parece muy interesante sobre el virus en general y, en este preciso instante, el del Sida, en particular. Hablan y hablan, desde el programa Redes, en TV 24 h., pero mis nervios van en aumento. Acabo de limpiar la mesa. Tomo mis dos folios en blanco y mi bolígrafo preferido. Perdón, pero eso de tomar la pluma me parece una estupidez, por muy fino que quede escrito. A lo que iba, preparo la habitación para este momento en el que me tengo que sentar y escribir, de una maldita vez, un relato de no más de dos folios sobre la Telebasura.


El sábado hice un esfuerzo. Encendí el receptor y, ¡ay maravilla!, vi un gran partido de tenis entre nuestro gran maestro Nadal y..., no me acuerdo el nombre del contrario, abro la página del buscador más famoso del mundo, http://www.google.com, y en deportes, cuando lo que espero es encontrar una foto y un titular, no menos grande, de Nadal y su copa, me encuentro que no viene ni una sola noticia sobre el partido más famoso del mundo: "El torneo de Roland Garrós". Son las 16:34. Me voy a buscar a Yahoo.es. Noticias. Ya estoy, pero para mi decepción la única noticia que viene es sobre "Raúl no se perderá el partido contra Ucrania". Nada de tenis, nada de mi Nadal. Me adentro en http://www.yahoo.es, sección deportes, y, ¡por fin!, un titular enorme:


Tenis: Más de 4.8 millones de espectadores siguieron ayer la victoria de Rafa Nadal en la final de Roland Garros. Madrid, 12 (EUROPA PRESS) Más de cuatro millones de telespectadores (4.382.000) siguieron ayer la victoria del tenista mallorquín Rafael Nadal, sobre el suizo Roger Federer en la final de Rolang Garrós.


El sábado disfruto con el tenis. El domingo con otro campeón de campeones, Fernando Alonso gana en Silverstone (Reino Unido), 12 jun (EFE). El español Fernando Alonso (Renault) logró ayer en el Gran Premio de Gran Bretaña, octava prueba del Mundial de Fórmula Uno, su quinta victoria de la presente temporada, y la tercera consecutiva, y lo hizo con autoridad y contundencia, sin dar opción alguna a sus rivales.


Las 16:44. El programa de los virus sigue su curso. "Un pato doméstico normal pasa por allí y se infecta". Yo si que soy un pedazo de animal. El tema, reitero, es la telebasura. El director de "Diariovoz", uno de los mejores periódicos locales gratuitos de noticias de Almería, insistió en que el tema debía de ser lo más crítico y de rigor posible. ¿Cómo se puede hablar de telebasura y ser crítico y de rigor científico al mismo tiempo?


Juan llega a la habitación, lo que aprovecho para llorarle sobre la injusticia de tener que escribir sobre un tema que me gusta tan poco y del que no sé nada. Me increpa diciendo que, para empezar, telebasura es "Ana Rosa Quintana", "Gran Hermano", "Operación Triunfo", "Aquí no hay quien viva", y ese largo etc., interminable que se puede comprobar en cualquier revista "Pronto". Si quieres ver telebasura quita ese programa ya y no pierdas el tiempo en temas culturales.


Tiene razón. Casi siempre tiene razón. Pero a mí lo que me gustaría ahora mismo es abrir mi pantalla de TFT, encender mi ordenador y jugarme una partida de ajedrez. Mi clave está a punto de caducar y con el rollo de la responsabilidad del domingo, no he jugado nada.


Hago zapin y en la TV1 se retransmite lo que parece ser una telenovela sudamericana. Lo digo por el acento. Me voy a la TV2. La cordillera alpina. Paisajes de maravilla. Música del Bolero de Rabel, y .. que no. Que eso tampoco. Busco telebasura de una vez. Son las 16:56. Canal 3. Otra telenovela. Qué felicidad para mi madre. Ella si que disfruta con ellas. Si hubiese justicia ella tendría que escribir sobre ese hombre que le mira y le desnuda. ¡Y no sé qué más! Ese hombre. Ridículo. Canal Sur. Hablan de nietos e hijos. No aguanto más. Enciendo mi ordenador. ¡Qué paz! Las 17 horas. Todos mis amigos me esperan en el "ogame". Han puesto SAC. Están celebrándolo con bengalas y salvas de sondas. Qué envidia.


Lo envío. Así mismo. Esté como esté. Total, el director no me puede enviar a la calle. Sabe que a la gente lo que le gusta es no gastarse el dinero y si recorto esta foto, le añado unas buenas tetas y le tapo un poquito los ojos, con esta pamela sudamericana, como colofón, queda muy convincente. El artículo se publicará mañana en página impar y a color. Especial vacaciones. Nadie quiere que le agüen la fiesta con críticas a la telebasura. ¡¿A que no?!


Francisco Cañabate Reche. Lluvia de estrellas.

Cada treinta y seis años una lluvia de estrellas nos sorprende en la noche y nos extiende un manto luminoso y brillante, un manto que nos cubre por un instante único y nos evita el frío, un manto imaginario que nos hace sentirnos nuevamente pequeños, perdidos en el cielo, (los seres diminutos que finalmente somos), y nos recuerda un tiempo ya lejano y oscuro, (anclado en la memoria), en que todo era mágico y todo era posible. 
Cada treinta y seis años ilustres meteoritos desprendidos de la cola de un astro caprichoso y lejano llegan hasta nosotros para cumplir su cita, y lo hacen puntualmente, con exactitud cósmica. (Ellos tal vez no saben que nosotros los vemos).
Cada treinta y seis años suceden la Leónidas: un fenómeno loco y ciego y sorprendente. Unas horas fugaces, un tiempo entre paréntesis, una oportunidad inesperada para seguir pensando (¿y por qué no pensarlo?) que aún existen las Hadas y que a pesar de todo la vida continua.


Y ocurrió aquella noche y por eso lo cuento. Vinieron las Leónidas y surcaron el cielo anunciando a su paso, lo mismo que un heraldo, que aquel niño llegaba cogido de su mano.


Y no las entendimos.


Subimos al tejado porque las esperábamos (las anunciaron antes los que todo lo saben), y se quedó la madre con el vientre preñado, cargado de esperanza, descansando en la casa. Los dos niños y yo estábamos dispuestos a bebernos el cielo, a no dejar pasar ni uno solo de los múltiples trozos de aquellos meteoritos que formaban señales dibujando en el aire sus diagramas de fuego.


Llevábamos las mantas y también los bolsillos repletos de ilusiones, y arropados por ellas elegimos sentarnos para observar la noche. Yo señalaba Venus y contaba los cuentos de la luna lunera, y los dos se reían, y la noche era clara, y el firmamento obscuro nos guiñaba sus ojos infinitos y ciertos, y pasaban las horas. Pero el tiempo no espera, y tras la diversión llego el aburrimiento. Nos habitaba el frío y hasta la incertidumbre, y luego la impaciencia: la mía y la de los niños, porque no sucedía.


El cielo estaba quieto, imperturbable, eterno, y tal vez las estrellas nos miraban pensando ¿Qué estarán esperando, si ya ha ocurrido todo mas allá de sus ojos?


El tiempo de los niños es un tiempo distinto, y no existe el futuro, ellos no lo conocen porque no es necesario. La vida es infinita desde su perspectiva, y también instantánea, y siempre tienen prisa, y todo se produce como en una cascada, y no cabe la espera. Por eso los dos niños mostraban su impaciencia, casi su desengaño y ya me preguntaban: ¿Papá, porqué no vienen? ¿Perdieron su camino lo mismo que en el cuento y no saben volver? ¿ O tal vez son muy tímidas y se están escondiendo para que no las vean?


El más pequeño, Paco, se removía en su manta y se estaba durmiendo, y yo empecé a pensar que no sería esta vez, que debía regresar, que volvía de vacío, y aunque me resistía ( quedaba la ilusión, que sería defraudada), parecía inevitable. Virginia, la mayor, leyendo en mi mirada, tiraba de mi manga mostrándome los ojos de su hermano, cerrados. 


Entonces sucedió:
Estalló el firmamento y una lluvia de luces estridentes, de fuegos de artificio lo surco de repente. Y se despertó el niño y abrió sus grandes ojos y la niña encantada exclamó su sorpresa y demostró su gozo, (que eran también los míos). Bajamos animados, risueños y locuaces, parlanchines y alegres, contando maravillas a la madre dormida, algunas inventadas y casi todas ciertas, como siempre sucede.


Unas horas después se produjo el milagro que anunciaban los astros y todos comprendimos: nació un ser diminuto, frágil y misterioso (la esencia del misterio) y llevaba en sus ojos ese reflejo mágico de la lluvia de estrellas.


Para mi hijo Miguel Ángel, que nos llegó en Noviembre. Nació con las Leónidas.

Francisco Cañabate Reche. Lluvia de estrellas.

Cada treinta y seis años una lluvia de estrellas nos sorprende en la noche y nos extiende un manto luminoso y brillante, un manto que nos cubre por un instante único y nos evita el frío, un manto imaginario que nos hace sentirnos nuevamente pequeños, perdidos en el cielo, (los seres diminutos que finalmente somos), y nos recuerda un tiempo ya lejano y oscuro, (anclado en la memoria), en que todo era mágico y todo era posible. 
Cada treinta y seis años ilustres meteoritos desprendidos de la cola de un astro caprichoso y lejano llegan hasta nosotros para cumplir su cita, y lo hacen puntualmente, con exactitud cósmica. (Ellos tal vez no saben que nosotros los vemos).
Cada treinta y seis años suceden la Leónidas: un fenómeno loco y ciego y sorprendente. Unas horas fugaces, un tiempo entre paréntesis, una oportunidad inesperada para seguir pensando (¿y por qué no pensarlo?) que aún existen las Hadas y que a pesar de todo la vida continua.


Y ocurrió aquella noche y por eso lo cuento. Vinieron las Leónidas y surcaron el cielo anunciando a su paso, lo mismo que un heraldo, que aquel niño llegaba cogido de su mano.


Y no las entendimos.


Subimos al tejado porque las esperábamos (las anunciaron antes los que todo lo saben), y se quedó la madre con el vientre preñado, cargado de esperanza, descansando en la casa. Los dos niños y yo estábamos dispuestos a bebernos el cielo, a no dejar pasar ni uno solo de los múltiples trozos de aquellos meteoritos que formaban señales dibujando en el aire sus diagramas de fuego.


Llevábamos las mantas y también los bolsillos repletos de ilusiones, y arropados por ellas elegimos sentarnos para observar la noche. Yo señalaba Venus y contaba los cuentos de la luna lunera, y los dos se reían, y la noche era clara, y el firmamento obscuro nos guiñaba sus ojos infinitos y ciertos, y pasaban las horas. Pero el tiempo no espera, y tras la diversión llego el aburrimiento. Nos habitaba el frío y hasta la incertidumbre, y luego la impaciencia: la mía y la de los niños, porque no sucedía.


El cielo estaba quieto, imperturbable, eterno, y tal vez las estrellas nos miraban pensando ¿Qué estarán esperando, si ya ha ocurrido todo mas allá de sus ojos?


El tiempo de los niños es un tiempo distinto, y no existe el futuro, ellos no lo conocen porque no es necesario. La vida es infinita desde su perspectiva, y también instantánea, y siempre tienen prisa, y todo se produce como en una cascada, y no cabe la espera. Por eso los dos niños mostraban su impaciencia, casi su desengaño y ya me preguntaban: ¿Papá, porqué no vienen? ¿Perdieron su camino lo mismo que en el cuento y no saben volver? ¿ O tal vez son muy tímidas y se están escondiendo para que no las vean?


El más pequeño, Paco, se removía en su manta y se estaba durmiendo, y yo empecé a pensar que no sería esta vez, que debía regresar, que volvía de vacío, y aunque me resistía ( quedaba la ilusión, que sería defraudada), parecía inevitable. Virginia, la mayor, leyendo en mi mirada, tiraba de mi manga mostrándome los ojos de su hermano, cerrados. 


Entonces sucedió:
Estalló el firmamento y una lluvia de luces estridentes, de fuegos de artificio lo surco de repente. Y se despertó el niño y abrió sus grandes ojos y la niña encantada exclamó su sorpresa y demostró su gozo, (que eran también los míos). Bajamos animados, risueños y locuaces, parlanchines y alegres, contando maravillas a la madre dormida, algunas inventadas y casi todas ciertas, como siempre sucede.


Unas horas después se produjo el milagro que anunciaban los astros y todos comprendimos: nació un ser diminuto, frágil y misterioso (la esencia del misterio) y llevaba en sus ojos ese reflejo mágico de la lluvia de estrellas.


Para mi hijo Miguel Ángel, que nos llegó en Noviembre. Nació con las Leónidas.

Antonio García Vargas.Semiotical.

SEMIOTICAL


Todo poema ¿es un grito ya pronunciado?—

Tú, poesía...
eras una mujer cerbatana de talle largo y suspiro leve;
un día encontraste la curva parabólica de un ave de presa
y cual blanco lirio perdiste la línea sobre la hierba verde.

¿Pueden los signos externos descomponer la poesía?

¡Desnúdate, poeta! ¡Sacude el verso! ¡Rompe la cópula
que amenaza la esencia de la codificación de la magia!

¿Y si descubrimos el aliento del hermano de las cavernas?

No quiero ser fugitivo de una civilización que devora; ni reo.
¡Unamos en la carne la fuente de la vida, como el viejo árbol!

Sólo la prueba del algodón dilucidará la pureza del Caos.
Apoyemos con Mallarmé la simbiotización de los blancos,
hagamos de la sublimación del instinto sexual nuestro lema.

¿Oyes resonar la poesía desde el eje vertical de la palabra?

Ha llovido mucho desde el viaje en paracaídas de Huidobro
y huelen a moho prefabricadas sintaxis y sustratos fónicos;
la esclerosis métrica -asesina del ritmo-, ha sido devorada
por la termita insaciable multiplicadora de cismas y mitos.

Si nos deslizamos en la servidumbre de la imagen como icono
moriremos esclavos de la anáfora y la enumeración caótica,
enterrando la conexión gramatical legada por los que fueron.

¿Hay afinidad entre el pálpito doliente de la efímera rosa
y el paso monocorde de aquel hombre
camino del Calvario?

El Cosmos solitario languidece entre farándulas y requiebros;
susurros de soles palpitantes desatomizados, la palabra fluida
adormeciendo conciencias entre cacofonías y órbitas eclípticas.


La libertad renace en lo espontáneo de la libidinidad errática,
no del conocimiento empírico-científico-metafísico-dogmático
del cabrón de turno.

Alado pino” —llamaba Góngora a la mágica nave de su sueño—,
proporción áurea entre sollozo del alma y rima de asombros.

Entre el ser y el aparecer media un ente aún sin apariencia
en el que Gracián situaba la virtud de un ramo de azucenas;
¡enfaticemos el perpetuo juego de las tenues diferencias
repudiando formas de la inerte permanencia de lo obtuso!

¿Hemos de huir –constreñidos hasta el agobio-
de la luz guía?

En el arte de las emociones nada es por entero transparente;
si el escéptico griego quebrantó la metafísica, condicionemos
la estética moderna de la idea al descubrimiento de lo sublime.

¡Erase una vez un restallido cósmico
que se hizo llamar poesía!
¿Nos desnudamos, amada,
en la ambigua resonancia del éter?

¡Huyamos de las isotopías fonológicas agazapadas en la rima,
de las sintácticas por redundancia y las equivalentes semánticas,
desplegando en la fisura del deseo nuestro poema como escudo!

¿Y si desnudamos las alas
hasta donde se diluyen las formas?

¡Hagamos de la duda una tendencia hacia el concepto singular
eyaculando directamente en la virginal matriz
de la semiótica!

¡Y permaneced atentos, poetas,
por si aparece la poesía del mordisco en la garganta,
de puño en alto y revolucionaria estirpe, rota
la cadena didáctica del estulto, que la obligaba
a permanecer arrodillada!



Antonio García Vargas.Semiotical.

SEMIOTICAL


Todo poema ¿es un grito ya pronunciado?—

Tú, poesía...
eras una mujer cerbatana de talle largo y suspiro leve;
un día encontraste la curva parabólica de un ave de presa
y cual blanco lirio perdiste la línea sobre la hierba verde.

¿Pueden los signos externos descomponer la poesía?

¡Desnúdate, poeta! ¡Sacude el verso! ¡Rompe la cópula
que amenaza la esencia de la codificación de la magia!

¿Y si descubrimos el aliento del hermano de las cavernas?

No quiero ser fugitivo de una civilización que devora; ni reo.
¡Unamos en la carne la fuente de la vida, como el viejo árbol!

Sólo la prueba del algodón dilucidará la pureza del Caos.
Apoyemos con Mallarmé la simbiotización de los blancos,
hagamos de la sublimación del instinto sexual nuestro lema.

¿Oyes resonar la poesía desde el eje vertical de la palabra?

Ha llovido mucho desde el viaje en paracaídas de Huidobro
y huelen a moho prefabricadas sintaxis y sustratos fónicos;
la esclerosis métrica -asesina del ritmo-, ha sido devorada
por la termita insaciable multiplicadora de cismas y mitos.

Si nos deslizamos en la servidumbre de la imagen como icono
moriremos esclavos de la anáfora y la enumeración caótica,
enterrando la conexión gramatical legada por los que fueron.

¿Hay afinidad entre el pálpito doliente de la efímera rosa
y el paso monocorde de aquel hombre
camino del Calvario?

El Cosmos solitario languidece entre farándulas y requiebros;
susurros de soles palpitantes desatomizados, la palabra fluida
adormeciendo conciencias entre cacofonías y órbitas eclípticas.


La libertad renace en lo espontáneo de la libidinidad errática,
no del conocimiento empírico-científico-metafísico-dogmático
del cabrón de turno.

Alado pino” —llamaba Góngora a la mágica nave de su sueño—,
proporción áurea entre sollozo del alma y rima de asombros.

Entre el ser y el aparecer media un ente aún sin apariencia
en el que Gracián situaba la virtud de un ramo de azucenas;
¡enfaticemos el perpetuo juego de las tenues diferencias
repudiando formas de la inerte permanencia de lo obtuso!

¿Hemos de huir –constreñidos hasta el agobio-
de la luz guía?

En el arte de las emociones nada es por entero transparente;
si el escéptico griego quebrantó la metafísica, condicionemos
la estética moderna de la idea al descubrimiento de lo sublime.

¡Erase una vez un restallido cósmico
que se hizo llamar poesía!
¿Nos desnudamos, amada,
en la ambigua resonancia del éter?

¡Huyamos de las isotopías fonológicas agazapadas en la rima,
de las sintácticas por redundancia y las equivalentes semánticas,
desplegando en la fisura del deseo nuestro poema como escudo!

¿Y si desnudamos las alas
hasta donde se diluyen las formas?

¡Hagamos de la duda una tendencia hacia el concepto singular
eyaculando directamente en la virginal matriz
de la semiótica!

¡Y permaneced atentos, poetas,
por si aparece la poesía del mordisco en la garganta,
de puño en alto y revolucionaria estirpe, rota
la cadena didáctica del estulto, que la obligaba
a permanecer arrodillada!



A.Shirov / P. Leko. 29 de febrero del 2000

Esta tarde, día 29 de Febrero del 2000, desde la página web de Ajedrez21.com y el programa de Ajedrez ICC, hemos podido contemplar una partida muy luchada que nos ha mantenido a todos durante más de 6 horas pendientes del ordenador. 

Son las ventajas de la técnica. No hace falta tener butaca en primera fila en el Hotel Anibal.. Desde tu casa, y con una conexión a Internet, puedes disfrutar online de todas estas ventajas. Pero eso sí, a un precio demasiado elevado aún. Volvemos a reinterar en la necesidad de tener TARIFA PLANA. 

Posición después de: 71... Ra8-f8 Tiempos: 00:23:08 / 00:12:39
 Resultado: 1/2 Blancas: A.Shirov (ESP) 2751 Negras: P.Leko (HUN) 2725 
 
 1. e2-e4 e7-e5 2. Ng1-f3 Ng8-f6 3. Nf3-e5 d7-d6 4. Ne5-f3 Nf6-e4 5. d2-d4 d6-d5 6. Bf1-d3 Bf8-d6 7. 0-0 0-0 8. c2-c4 c7-c6 9. Qd1-c2 Nb8-a6 10. a2-a3 Bc8-g4 11. Nf3-e5 Bd6-e5 12. d4-e5 Na6-c5 13. f2-f3 Nc5-d3 14. Qc2-d3 Ne4-c5 15. Qd3-d4 Nc5-b3 16. Qd4-g4 Nb3-a1 17. Bc1-h6 g7-g6 18. Nb1-c3 Qd8-b6 19. Rf1-f2 Rf8-e8 20. Qg4-f4 f7-f5 21. c4-d5 Na1-b3 22. e5-e6 c6-d5 23. Nc3-d5 Qb6-e6 24. Nd5-c7 Qe6-c6 25. Nc7-e8 Ra8-e8 26. g2-g4 Qc6-c5 27. Kg1-g2 Nb3-d4 28. b2-b4 Qc5-e5 29. Rf2-d2 Qe5-f4 30. Bh6-f4 Nd4-e6 31. Bf4-e3 a7-a6 32. g4-f5 Ne6-g7 33. Be3-c5 Ng7-f5 34. a3-a4 Nf5-e3 35. Kg2-f2 Ne3-c4 36. Rd2-d7 Nc4-e5 37. Rd7-b7 Ne5-d3 38. Kf2-g3 Nd3-c5 39. b4-c5 Re8-c8 40. Rb7-b6 Rc8-c5 41. Rb6-a6 Kg8-g7 42. Ra6-a7 Kg7-h6 43. Ra7-b7 Rc5-g5 44. Kg3-h3 Rg5-h5 45. Kh3-g2 Rh5-h4 46. a4-a5 Rh4-a4 47. Rb7-b5 g6-g5 48. Rb5-b6 Kh6-h5 49. a5-a6 g5-g4 50. f3-f4 Ra4-a2 51. Kg2-g1 g4-g3 52. h2-h3 Ra2-c2 53. Rb6-b7 Rc2-a2 54. Rb7-g7 Ra2-a6 55. Kg1-g2 h7-h6 56. Kg2-g3 Ra6-a3 57. Kg3-g2 Ra3-a2 58. Kg2-f3 Kh5-h4 59. f4-f5 Kh4-h3 60. f5-f6 Ra2-a1 61. Kf3-f4 Ra1-f1 62. Kf4-e5 h6-h5 63. Rg7-g5 h5-h4 64. Rg5-f5 Rf1-e1 65. Ke5-f4 Re1-f1 66. Kf4-g5 Rf1-g1 67. Kg5-h6 Rg1-g8 68. Rf5-g5 Rg8-f8 69. Kh6-g7 Rf8-a8 70. f6-f7 Kh3-h2 71. Kg7-f6 Ra8-f8 1/2 continuación.-

A.Shirov / P. Leko. 29 de febrero del 2000

Esta tarde, día 29 de Febrero del 2000, desde la página web de Ajedrez21.com y el programa de Ajedrez ICC, hemos podido contemplar una partida muy luchada que nos ha mantenido a todos durante más de 6 horas pendientes del ordenador. 

Son las ventajas de la técnica. No hace falta tener butaca en primera fila en el Hotel Anibal.. Desde tu casa, y con una conexión a Internet, puedes disfrutar online de todas estas ventajas. Pero eso sí, a un precio demasiado elevado aún. Volvemos a reinterar en la necesidad de tener TARIFA PLANA. 

Posición después de: 71... Ra8-f8 Tiempos: 00:23:08 / 00:12:39
 Resultado: 1/2 Blancas: A.Shirov (ESP) 2751 Negras: P.Leko (HUN) 2725 
 
 1. e2-e4 e7-e5 2. Ng1-f3 Ng8-f6 3. Nf3-e5 d7-d6 4. Ne5-f3 Nf6-e4 5. d2-d4 d6-d5 6. Bf1-d3 Bf8-d6 7. 0-0 0-0 8. c2-c4 c7-c6 9. Qd1-c2 Nb8-a6 10. a2-a3 Bc8-g4 11. Nf3-e5 Bd6-e5 12. d4-e5 Na6-c5 13. f2-f3 Nc5-d3 14. Qc2-d3 Ne4-c5 15. Qd3-d4 Nc5-b3 16. Qd4-g4 Nb3-a1 17. Bc1-h6 g7-g6 18. Nb1-c3 Qd8-b6 19. Rf1-f2 Rf8-e8 20. Qg4-f4 f7-f5 21. c4-d5 Na1-b3 22. e5-e6 c6-d5 23. Nc3-d5 Qb6-e6 24. Nd5-c7 Qe6-c6 25. Nc7-e8 Ra8-e8 26. g2-g4 Qc6-c5 27. Kg1-g2 Nb3-d4 28. b2-b4 Qc5-e5 29. Rf2-d2 Qe5-f4 30. Bh6-f4 Nd4-e6 31. Bf4-e3 a7-a6 32. g4-f5 Ne6-g7 33. Be3-c5 Ng7-f5 34. a3-a4 Nf5-e3 35. Kg2-f2 Ne3-c4 36. Rd2-d7 Nc4-e5 37. Rd7-b7 Ne5-d3 38. Kf2-g3 Nd3-c5 39. b4-c5 Re8-c8 40. Rb7-b6 Rc8-c5 41. Rb6-a6 Kg8-g7 42. Ra6-a7 Kg7-h6 43. Ra7-b7 Rc5-g5 44. Kg3-h3 Rg5-h5 45. Kh3-g2 Rh5-h4 46. a4-a5 Rh4-a4 47. Rb7-b5 g6-g5 48. Rb5-b6 Kh6-h5 49. a5-a6 g5-g4 50. f3-f4 Ra4-a2 51. Kg2-g1 g4-g3 52. h2-h3 Ra2-c2 53. Rb6-b7 Rc2-a2 54. Rb7-g7 Ra2-a6 55. Kg1-g2 h7-h6 56. Kg2-g3 Ra6-a3 57. Kg3-g2 Ra3-a2 58. Kg2-f3 Kh5-h4 59. f4-f5 Kh4-h3 60. f5-f6 Ra2-a1 61. Kf3-f4 Ra1-f1 62. Kf4-e5 h6-h5 63. Rg7-g5 h5-h4 64. Rg5-f5 Rf1-e1 65. Ke5-f4 Re1-f1 66. Kf4-g5 Rf1-g1 67. Kg5-h6 Rg1-g8 68. Rf5-g5 Rg8-f8 69. Kh6-g7 Rf8-a8 70. f6-f7 Kh3-h2 71. Kg7-f6 Ra8-f8 1/2 continuación.-

Juan Pardo Vidal


Juan Pardo Vidal
TE LLAMARÉ T

Cuando hace este viento hay una mujer invisible balanceándose en la mecedora de mi balcón. Soy yo, sentada, leyendo después de que haya amainado el poniente y sea de noche esta noche y no estés tú ya conmigo y sí la fachada de esa iglesia ahí enfrente, bien iluminada, anaranjada por las luces de tungsteno, un poco colonial, fantasmagórica y, a su alrededor, la ciudad parezca aún más rara de lo que es y no haya vida después de la muerte. O sea ésta.

Yo puedo decir lo que quiera, por ejemplo eso que has leído, soy la autora y nada me impide escribirlo. Para que existas puedo llamarte Z —lo que no tiene nombre no existe—y gritar que te queda muy gracioso mi chal, el que te has puesto sobre los hombros. Esto último puedo decírtelo a voces, «¡Te queda muy gracioso mi chal!», desde lejos para que vuelvas la cabeza y me sonrías, porque en mi historia estás ahí, de espaldas, apoyado en la barandilla de mi terraza mirando una ciudad que no comprendes, y he decidido que, aunque tú nunca tienes, hace un poco de frío. Tus codos están apoyados en el metal de la barandilla y las palmas de las manos fabrican un triángulo que sujeta una zona indeterminada entre tu barbilla y las mejillas, pareces un niño contrariado, pero no, sólo estás sorprendido. El mundo sorprende a poco que te detengas a observarlo. Detenerse a ver el mundo es como pasear por tu ciudad mirando hacia arriba, parece distinta, irreconocible, otra, ¿qué ciudad es ésta? Tienes en el balcón el pelo negro, Z. No. Negro no. Lo tienes oscuro, pero entreverado de canas, un poco largo para tu edad, la verdad, y la pierna derecha la has liado en la izquierda, que es la única que apoyas, echado sobre la barandilla, pareces un flamenco, qué postura más incómoda para un hombre maduro. En realidad te he dicho lo del chal por puro egoísmo, como todo lo que se hace por amor. Para que sonrías, porque así puedo ver yo esos hoyuelos tan raros que te salen a ambos lados de la cara, me encantan, te los he puesto yo ahí, yo elijo, mando yo, pero te quedan geniales, admítelo. Sería más exacto decir que por ahora te quedan bien, pues tal vez dentro de diez años sean horribles y en lugar de graciosos agujeritos sean nidos de arrugas. No estaré yo aquí para verlo, eso te lo digo ya. Me agacho. Fallaste. Qué carácter tienes para no ser real. Como vuelvas a tirarme un cojín te cambio el perfil psicológico y puede que hasta el nombre, te pondré de nombre una consonante más común, como B. Ahora que lo pienso, B es la siguiente consonante a Z, es un patrón, una secuencia natural, pues la A es una vocal y no cuenta en la serie. Vaya rollo. Paso. Te cambio de consonante otra vez. De ahora en adelante, aunque seas el mismo, en lugar de Z, te llamaré T. Eso es. Me pone ese nombre, T.


Eres un mentiroso, T. Dijiste que yo iba a ser tu casa, eso dijiste. Sonaba genial cuando lo susurrabas jadeando en mi oído, «tú vas a ser mi casa, tú vas a ser mi casa». Lo dijiste dos veces. Yo te creí sólo una de las dos. Pero cuando estás dentro de mí piensas que te quedarás ahí para siempre. Y no. Cuando terminas sales por la ventana sin hacer mucho ruido y ya no recuerdas por qué habías llamado a mi puerta para entrar, no sabes qué haces aquí, no reconoces las cortinas ni comprendes la distribución de colores en el papel pintado de las paredes, ni los impresionistas, ni por qué Chagall sobre la cama, ni nada. No te enteras de nada cuando te has corrido. Así de claro te lo digo, T.

Sé que puedo decir cualquier cosa sobre ti, eso lo sé, y sobre nuestra casa. Eso también. Puedo hacer que tú me digas cosas que sean mentira. Como ahora. Que me digas que me quieres, «Te quiero, Madie» Puedo hacerte decir lo que me dé la gana, una autora es una especie de diosa omnipotente. Ándate con ojo.

Ahora te has acercado por la espalda, traidor, muerdes mi cuello. Estate quieto, joder. Te mando a la mierda. Cuando escribo estoy de mal humor, soy una diosa omnipotente y malhablada, tengo mala leche y lanzo rayos como Zeus. Y tú, ni caso. Tú a lo tuyo. Y lo tuyo soy yo. Me convences y nos vamos al sofá. No me dejas escribir. Ven aquí.

Sé que resulta raro preguntarle a un personaje acerca de un texto literario en el cual aparece, pero tu opinión sobre ti mismo me interesa mucho. Además, como soy la que escribe puedo decir lo que yo quiera, cualquier cosa. Ya lo he dicho. Me gusta dejar claro quien manda. Por ejemplo, quiero que digas de nuevo eso de «Tú eres mi casa». Puedo añadir que en ti habito, por dentro, no sólo cuando gimo de placer, sino también después, cuando te vas, cuando sales a la calle con esas gafas de sol tan grandes y no regresas en días o en años —no sé bien calcular el tiempo—. Y cuando no estás, añado, sigo yo dentro de ti, riego nuestras plantas, salgo al balcón, leo y rara vez me siento en el sofá si tú no estás, eso hago. No sé por qué demonios esto es así, pero mi casa y yo apenas hemos hablado de nuestras cosas si no estás presente como mediador. Mi casa y yo nos evitamos si no estás tú. Todo el mundo tiene algún amigo con el que se encuentra cómodo si, a la vez, está en compañía de un tercero, ambos son amigos indisociables, quedas siempre con los dos, no sabrías qué decirle a cada uno de ellos por separado, sin embargo eres feliz junto a ellos dos, sonríes, abrazas. Esta casa y tú sois esos dos amigos. Esta casa vacía eres tú si te has ido, y yo cuando vuelves. Esto último que he escrito sería una buena frase para cerrar el texto, es enigmática. Recuérdamelo. No sé exactamente qué significa, pero como puedo decir lo que quiera, pues ahí se queda, seguro que alguien la entiende, la hace suya. Escribir es ser un ventrílocuo, pulsar las teclas en vez de mover la boca de un muñeco al que has metido la mano por la espalda. Por ejemplo, ahora me apetece meterte mano y la mano, las dos cosas, tirarte de espaldas a la cama, y tú a reír. Calla, que me desconcentras. Pues claro que no puedo parar de hablar cuando lo hacemos, ¿no ves que soy escritora?, estoy tomando apuntes. Soy una especialista en finales, esa soy yo. No quiero que se malinterprete esto último. Describir una escena de sexo es tener sexo virtual, aunque también podríamos llamarlo sexo oral, si te lo cuento. Eso es muy ocurrente, pero odio los juegos de palabras cuando escribo. Carver y yo odiamos los juegos de palabras.

Cuando hace este viento hay una mujer invisible balanceándose en la mecedora de mi balcón. Soy yo, sentada, leyendo después de que haya amainado el poniente y sea de noche esta noche y no estés tú ya conmigo y sí la fachada de esa iglesia ahí enfrente, bien iluminada, anaranjada por las luces de tungsteno, un poco colonial, fantasmagórica y, a su alrededor, la ciudad parezca aún más rara de lo que es y no haya vida después de la muerte. O sea ésta.

Escribir un cuento con ese tono daría al lector una idea pesimista, triste e inexacta de mí y de mi obra, la gente pensaría que mi balcón es un sitio muy alto desde el cual puede verse la ciudad y que, cuando anochece y hace buen tiempo, salgo yo a la terraza a leer, a beber gin tónics y a escribir textos melancólicos como si yo fuera tan triste y tan borracha como Houellebecq por culpa de Houellebecq . Y no es así, porque yo ya era tan triste y tan borracha como él antes de leerlo a él. Todo su rollo melodramático no me ha influido lo más mínimo, hombres, yo nunca hablo del dolor, a mí no me duele nada, y si me doliera, que no me duele, vosotros no os enteraríais. Nadie se enteraría de mi dolor a través de mis palabras, ¿por qué? porque sé que alguno de vosotros lo usaría contra mí, probablemente algún conocido, incluso amigo, expareja o familiar, me lo restregaría, tarde o temprano, por la cara. Así funciona esto. La gente que te conoce es más peligrosa que los desconocidos, nadie a quien yo no quiera podría hacerme daño, me importarían un bledo sus opiniones, sería imposible que un desconocido pudiera fastidiarme de verdad, sería imposible, los desconocidos saben eso y no intentan joderte porque saben que no pueden, los desconocidos no son peligrosos, son gente muy amable. Los peligrosos son los demás, el resto, la gente a la que quieres y aprecias, esos son la clave del dolor. Querer a alguien te convierte en una mujer más débil. Cuanta más gente quieres, más expugnable eres, esto también es así. A estas alturas del texto ya sé que no sólo me he ganado la enemistad de la mitad de los lectores, sino que he desvelado el peligro que corro ante la piedad. Solo la compasión me produce más rechazo que la piedad.

Nadie podrá echarte en cara, llegado este punto, lector, que decidas abandonar la lectura —yo mismo no sé si seguiré escribiendo este texto—. Marcharse es de valientes. Los cobardes se quedan. Es muy fácil no moverse. La inercia es la fuerza más poderosa del universo, eso lo saben todos lo físicos, pero no lo dicen. Se callan en lugar de insistir en que es muy sencillo que todo quiera continuar en el estado en el que está. Hay que dar las gracias a cualquier alteración. Eso deberíamos de decirle a la gente que nos abandona, a nuestras exparejas, examigos, exalgo, gracias, de todo corazón gracias por haberme acompañado hasta aquí. Ah, una cosa te digo, lector, si te marchas, si dejas de leer, no sabrás qué pasa con T. Porque T es como todos los demás hombres, pero muy diferente. Es increíble la cantidad de gente que se nos parece, de hecho respondemos a lo sumo a una decena, tal vez a una veintena, de estereotipos. Somos aburridos, previsibles y, muchas de las autoras, pertenecemos al arquetipo autocompasivo, el más patético de todos. Por eso hemos de intentar escribir sobre la verdad, porque en ella reside la esperanza y la pasión, me encantan los principios, hay tanta fuerza en ellos, deberíamos estar siempre naciendo, empezando, deseando besar, perplejos y curiosos ante el fragmento inicial, ese que dice «Cuando hace este viento hay una mujer invisible balanceándose en la mecedora de mi balcón...» un fragmento distinto a todo lo que había escrito hasta ahora, simplemente porque es verdad, así de claro, y T también existe, es real. Madre mía, menuda palabra, verdad. Estoy harta, estoy cansada de la ficción, de las novelas en pasado y de los narradores omniscientes. Los narradores omniscientes siempre son un tío, su voz, aunque no exista nada más que en alguna zona cercana a tu hipotálamo, suena cavernosa, segura de sí, masculina. Todo eso se acabó.

No sé qué pasará con T, ni con esa mujer invisible balanceándose en la mecedora de mi balcón que soy yo, sentada, leyendo después de que haya amainado el poniente y sea de noche esta noche y no esté él ya conmigo y sí la fachada de esa iglesia ahí enfrente, bien iluminada, anaranjada por las luces de tungsteno, un poco colonial, fantasmagórica y, a su alrededor, la ciudad parezca aún más rara de lo que es y no haya vida después de la muerte. Si te soy sincera, no tengo ni la menor idea, es más, no me importa lo más mínimo y no tengo prisa en saberlo. El problema es la curiosidad, ¡qué más da lo que pase con T!, no puedo saberlo, el futuro llegará con el tiempo. Nos sentaremos a esperarlo. Al tiempo se le puede esperar sentada en una mecedora, y luego contarlo. Dos cosas antes de irme: primera, sí, hay vida después de la muerte y es ésta; segunda, escribir es contar la verdad, la que aún no ha ocurrido.

Juan Pardo Vidal

Juan Pardo Vidal


Juan Pardo Vidal
TE LLAMARÉ T

Cuando hace este viento hay una mujer invisible balanceándose en la mecedora de mi balcón. Soy yo, sentada, leyendo después de que haya amainado el poniente y sea de noche esta noche y no estés tú ya conmigo y sí la fachada de esa iglesia ahí enfrente, bien iluminada, anaranjada por las luces de tungsteno, un poco colonial, fantasmagórica y, a su alrededor, la ciudad parezca aún más rara de lo que es y no haya vida después de la muerte. O sea ésta.

Yo puedo decir lo que quiera, por ejemplo eso que has leído, soy la autora y nada me impide escribirlo. Para que existas puedo llamarte Z —lo que no tiene nombre no existe—y gritar que te queda muy gracioso mi chal, el que te has puesto sobre los hombros. Esto último puedo decírtelo a voces, «¡Te queda muy gracioso mi chal!», desde lejos para que vuelvas la cabeza y me sonrías, porque en mi historia estás ahí, de espaldas, apoyado en la barandilla de mi terraza mirando una ciudad que no comprendes, y he decidido que, aunque tú nunca tienes, hace un poco de frío. Tus codos están apoyados en el metal de la barandilla y las palmas de las manos fabrican un triángulo que sujeta una zona indeterminada entre tu barbilla y las mejillas, pareces un niño contrariado, pero no, sólo estás sorprendido. El mundo sorprende a poco que te detengas a observarlo. Detenerse a ver el mundo es como pasear por tu ciudad mirando hacia arriba, parece distinta, irreconocible, otra, ¿qué ciudad es ésta? Tienes en el balcón el pelo negro, Z. No. Negro no. Lo tienes oscuro, pero entreverado de canas, un poco largo para tu edad, la verdad, y la pierna derecha la has liado en la izquierda, que es la única que apoyas, echado sobre la barandilla, pareces un flamenco, qué postura más incómoda para un hombre maduro. En realidad te he dicho lo del chal por puro egoísmo, como todo lo que se hace por amor. Para que sonrías, porque así puedo ver yo esos hoyuelos tan raros que te salen a ambos lados de la cara, me encantan, te los he puesto yo ahí, yo elijo, mando yo, pero te quedan geniales, admítelo. Sería más exacto decir que por ahora te quedan bien, pues tal vez dentro de diez años sean horribles y en lugar de graciosos agujeritos sean nidos de arrugas. No estaré yo aquí para verlo, eso te lo digo ya. Me agacho. Fallaste. Qué carácter tienes para no ser real. Como vuelvas a tirarme un cojín te cambio el perfil psicológico y puede que hasta el nombre, te pondré de nombre una consonante más común, como B. Ahora que lo pienso, B es la siguiente consonante a Z, es un patrón, una secuencia natural, pues la A es una vocal y no cuenta en la serie. Vaya rollo. Paso. Te cambio de consonante otra vez. De ahora en adelante, aunque seas el mismo, en lugar de Z, te llamaré T. Eso es. Me pone ese nombre, T.


Eres un mentiroso, T. Dijiste que yo iba a ser tu casa, eso dijiste. Sonaba genial cuando lo susurrabas jadeando en mi oído, «tú vas a ser mi casa, tú vas a ser mi casa». Lo dijiste dos veces. Yo te creí sólo una de las dos. Pero cuando estás dentro de mí piensas que te quedarás ahí para siempre. Y no. Cuando terminas sales por la ventana sin hacer mucho ruido y ya no recuerdas por qué habías llamado a mi puerta para entrar, no sabes qué haces aquí, no reconoces las cortinas ni comprendes la distribución de colores en el papel pintado de las paredes, ni los impresionistas, ni por qué Chagall sobre la cama, ni nada. No te enteras de nada cuando te has corrido. Así de claro te lo digo, T.

Sé que puedo decir cualquier cosa sobre ti, eso lo sé, y sobre nuestra casa. Eso también. Puedo hacer que tú me digas cosas que sean mentira. Como ahora. Que me digas que me quieres, «Te quiero, Madie» Puedo hacerte decir lo que me dé la gana, una autora es una especie de diosa omnipotente. Ándate con ojo.

Ahora te has acercado por la espalda, traidor, muerdes mi cuello. Estate quieto, joder. Te mando a la mierda. Cuando escribo estoy de mal humor, soy una diosa omnipotente y malhablada, tengo mala leche y lanzo rayos como Zeus. Y tú, ni caso. Tú a lo tuyo. Y lo tuyo soy yo. Me convences y nos vamos al sofá. No me dejas escribir. Ven aquí.

Sé que resulta raro preguntarle a un personaje acerca de un texto literario en el cual aparece, pero tu opinión sobre ti mismo me interesa mucho. Además, como soy la que escribe puedo decir lo que yo quiera, cualquier cosa. Ya lo he dicho. Me gusta dejar claro quien manda. Por ejemplo, quiero que digas de nuevo eso de «Tú eres mi casa». Puedo añadir que en ti habito, por dentro, no sólo cuando gimo de placer, sino también después, cuando te vas, cuando sales a la calle con esas gafas de sol tan grandes y no regresas en días o en años —no sé bien calcular el tiempo—. Y cuando no estás, añado, sigo yo dentro de ti, riego nuestras plantas, salgo al balcón, leo y rara vez me siento en el sofá si tú no estás, eso hago. No sé por qué demonios esto es así, pero mi casa y yo apenas hemos hablado de nuestras cosas si no estás presente como mediador. Mi casa y yo nos evitamos si no estás tú. Todo el mundo tiene algún amigo con el que se encuentra cómodo si, a la vez, está en compañía de un tercero, ambos son amigos indisociables, quedas siempre con los dos, no sabrías qué decirle a cada uno de ellos por separado, sin embargo eres feliz junto a ellos dos, sonríes, abrazas. Esta casa y tú sois esos dos amigos. Esta casa vacía eres tú si te has ido, y yo cuando vuelves. Esto último que he escrito sería una buena frase para cerrar el texto, es enigmática. Recuérdamelo. No sé exactamente qué significa, pero como puedo decir lo que quiera, pues ahí se queda, seguro que alguien la entiende, la hace suya. Escribir es ser un ventrílocuo, pulsar las teclas en vez de mover la boca de un muñeco al que has metido la mano por la espalda. Por ejemplo, ahora me apetece meterte mano y la mano, las dos cosas, tirarte de espaldas a la cama, y tú a reír. Calla, que me desconcentras. Pues claro que no puedo parar de hablar cuando lo hacemos, ¿no ves que soy escritora?, estoy tomando apuntes. Soy una especialista en finales, esa soy yo. No quiero que se malinterprete esto último. Describir una escena de sexo es tener sexo virtual, aunque también podríamos llamarlo sexo oral, si te lo cuento. Eso es muy ocurrente, pero odio los juegos de palabras cuando escribo. Carver y yo odiamos los juegos de palabras.

Cuando hace este viento hay una mujer invisible balanceándose en la mecedora de mi balcón. Soy yo, sentada, leyendo después de que haya amainado el poniente y sea de noche esta noche y no estés tú ya conmigo y sí la fachada de esa iglesia ahí enfrente, bien iluminada, anaranjada por las luces de tungsteno, un poco colonial, fantasmagórica y, a su alrededor, la ciudad parezca aún más rara de lo que es y no haya vida después de la muerte. O sea ésta.

Escribir un cuento con ese tono daría al lector una idea pesimista, triste e inexacta de mí y de mi obra, la gente pensaría que mi balcón es un sitio muy alto desde el cual puede verse la ciudad y que, cuando anochece y hace buen tiempo, salgo yo a la terraza a leer, a beber gin tónics y a escribir textos melancólicos como si yo fuera tan triste y tan borracha como Houellebecq por culpa de Houellebecq . Y no es así, porque yo ya era tan triste y tan borracha como él antes de leerlo a él. Todo su rollo melodramático no me ha influido lo más mínimo, hombres, yo nunca hablo del dolor, a mí no me duele nada, y si me doliera, que no me duele, vosotros no os enteraríais. Nadie se enteraría de mi dolor a través de mis palabras, ¿por qué? porque sé que alguno de vosotros lo usaría contra mí, probablemente algún conocido, incluso amigo, expareja o familiar, me lo restregaría, tarde o temprano, por la cara. Así funciona esto. La gente que te conoce es más peligrosa que los desconocidos, nadie a quien yo no quiera podría hacerme daño, me importarían un bledo sus opiniones, sería imposible que un desconocido pudiera fastidiarme de verdad, sería imposible, los desconocidos saben eso y no intentan joderte porque saben que no pueden, los desconocidos no son peligrosos, son gente muy amable. Los peligrosos son los demás, el resto, la gente a la que quieres y aprecias, esos son la clave del dolor. Querer a alguien te convierte en una mujer más débil. Cuanta más gente quieres, más expugnable eres, esto también es así. A estas alturas del texto ya sé que no sólo me he ganado la enemistad de la mitad de los lectores, sino que he desvelado el peligro que corro ante la piedad. Solo la compasión me produce más rechazo que la piedad.

Nadie podrá echarte en cara, llegado este punto, lector, que decidas abandonar la lectura —yo mismo no sé si seguiré escribiendo este texto—. Marcharse es de valientes. Los cobardes se quedan. Es muy fácil no moverse. La inercia es la fuerza más poderosa del universo, eso lo saben todos lo físicos, pero no lo dicen. Se callan en lugar de insistir en que es muy sencillo que todo quiera continuar en el estado en el que está. Hay que dar las gracias a cualquier alteración. Eso deberíamos de decirle a la gente que nos abandona, a nuestras exparejas, examigos, exalgo, gracias, de todo corazón gracias por haberme acompañado hasta aquí. Ah, una cosa te digo, lector, si te marchas, si dejas de leer, no sabrás qué pasa con T. Porque T es como todos los demás hombres, pero muy diferente. Es increíble la cantidad de gente que se nos parece, de hecho respondemos a lo sumo a una decena, tal vez a una veintena, de estereotipos. Somos aburridos, previsibles y, muchas de las autoras, pertenecemos al arquetipo autocompasivo, el más patético de todos. Por eso hemos de intentar escribir sobre la verdad, porque en ella reside la esperanza y la pasión, me encantan los principios, hay tanta fuerza en ellos, deberíamos estar siempre naciendo, empezando, deseando besar, perplejos y curiosos ante el fragmento inicial, ese que dice «Cuando hace este viento hay una mujer invisible balanceándose en la mecedora de mi balcón...» un fragmento distinto a todo lo que había escrito hasta ahora, simplemente porque es verdad, así de claro, y T también existe, es real. Madre mía, menuda palabra, verdad. Estoy harta, estoy cansada de la ficción, de las novelas en pasado y de los narradores omniscientes. Los narradores omniscientes siempre son un tío, su voz, aunque no exista nada más que en alguna zona cercana a tu hipotálamo, suena cavernosa, segura de sí, masculina. Todo eso se acabó.

No sé qué pasará con T, ni con esa mujer invisible balanceándose en la mecedora de mi balcón que soy yo, sentada, leyendo después de que haya amainado el poniente y sea de noche esta noche y no esté él ya conmigo y sí la fachada de esa iglesia ahí enfrente, bien iluminada, anaranjada por las luces de tungsteno, un poco colonial, fantasmagórica y, a su alrededor, la ciudad parezca aún más rara de lo que es y no haya vida después de la muerte. Si te soy sincera, no tengo ni la menor idea, es más, no me importa lo más mínimo y no tengo prisa en saberlo. El problema es la curiosidad, ¡qué más da lo que pase con T!, no puedo saberlo, el futuro llegará con el tiempo. Nos sentaremos a esperarlo. Al tiempo se le puede esperar sentada en una mecedora, y luego contarlo. Dos cosas antes de irme: primera, sí, hay vida después de la muerte y es ésta; segunda, escribir es contar la verdad, la que aún no ha ocurrido.

Juan Pardo Vidal

ANA J. EGEA

  ANA J. EGEA HERVÁS . Calasparra (Murcia) 06/06/1953 - Tíjola (Almería) 26/12/2022 Nacida en Calasparra (Murcia), en una familia muy humi...