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El discreto encanto de las horas punta.

EL DISCRETO ENCANTO DE LAS HORAS PUNTA autor: Ángeles Arévalo Hacía mucho, mucho calor. Cuando sudaba tanto, mi sexo olía siempre de una forma especial; aunque acabara de salir de la ducha. Olía a almizcle, a hendidura salada en la piel, una sal casi dulce brotando entre rizados pelos desde poros recónditos, zumo de mi cuerpo, una humedad íntima y penetrante que excitaba mi deseo. Me gustaba olerme cuando estaba solo en casa y el bochorno se cerraba sobre la ciudad. Hubiera querido poder abrir mi bragueta y aspirar un golpe de mi propio olor que borrara el resto de los olores humanos -excepto el de ella-, que se entretejían en la atmósfera viciada del autobús, formando una masa calculada de aire en la que dejaban sus residuos, de desodorantes o de inmundicias corporales, todos los ocupantes del vehículo anulando el mío. Mi olor perdido, indefinible y obsesivo olor a sexo, que la presencia de la mujer sin duda estimulaba a ser producido desde mis glándulas. Ella también sudaba, aunque

El discreto encanto de las horas punta. Ángeles Arévalo

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EL DISCRETO ENCANTO DE LAS HORAS PUNTA autor: Ángeles Arévalo Hacía mucho, mucho calor. Cuando sudaba tanto, mi sexo olía siempre de una forma especial; aunque acabara de salir de la ducha. Olía a almizcle, a hendidura salada en la piel, una sal casi dulce brotando entre rizados pelos desde poros recónditos, zumo de mi cuerpo, una humedad íntima y penetrante que excitaba mi deseo. Me gustaba olerme cuando estaba solo en casa y el bochorno se cerraba sobre la ciudad. Hubiera querido poder abrir mi bragueta y aspirar un golpe de mi propio olor que borrara el resto de los olores humanos -excepto el de ella-, que se entretejían en la atmósfera viciada del autobús, formando una masa calculada de aire en la que dejaban sus residuos, de desodorantes o de inmundicias corporales, todos los ocupantes del vehículo anulando el mío. Mi olor perdido, indefinible y obsesivo olor a sexo, que la presencia de la mujer sin duda estimulaba a ser producido desde mis glándulas. Ella también sudaba, aunque