El circo de las criaturas malignas.- Gerson Gómez
En renta Pim, pump, bang, ouch, plash: la televisión se ha encargado de modificar nuestras conductas sociales. Ya el sólo hecho de aparecer a cuadro, o de plano ignorados, nos remite de manera brutal al reino de los arquetipos y supera el discurso tradicional. Los talks shows, en donde el conductor toma de su fólder de tarjetas opinativas un gancho para el siguiente segmento, provocan en la audiencia una constante actitud descarnada de autocompasión. Para lograrlo, la imagen de los participantes debe ser precaria. Los productores se encargan de motivar a la tarea de destruir la autoestima: la idea del mito-tabú-y-demás-razones-de-cuyo-nombre-no-hay-memoria, del animal social de Levis Strauss al complejo de Mc Luhan. Los valores supuestos demuestran que, a mayor intensidad y parentesco con lo trivial, absurdo e imposible, mayor respuesta de la audiencia en puntos porcentuales: la televisión es un producto, ha pasado de aquel instrumento útil para ver al mundo en escenas, a ser el prime