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44.- Libertad. María López Visiedo (163)

El libre pensamiento quedó atrapado en las rejas frágiles de la razón el duro sistema impide el análisis el ser se adapta, cabalga... y no pone el corazón. Los símbolos de todas aquellas cosas que tienen explicación, sobrepasan el alma, recogen velas, y no matan la ilusión. El aire, el agua, la tierra y el sol, son patrimonio de todos, consérvalos. Romper cadenas humanas, besar el aire de tu aliento, para amar la sin razón. Lejos quedó aquél sendero donde tú y yo pasábamos cada tarde, ahogando el oscuro deseo, que nunca se realizó.

44.- Libertad. María López Visiedo (163)

El libre pensamiento quedó atrapado en las rejas frágiles de la razón el duro sistema impide el análisis el ser se adapta, cabalga... y no pone el corazón. Los símbolos de todas aquellas cosas que tienen explicación, sobrepasan el alma, recogen velas, y no matan la ilusión. El aire, el agua, la tierra y el sol, son patrimonio de todos, consérvalos. Romper cadenas humanas, besar el aire de tu aliento, para amar la sin razón. Lejos quedó aquél sendero donde tú y yo pasábamos cada tarde, ahogando el oscuro deseo, que nunca se realizó.

otoño del año 2000. María López Visiedo

Tras el cristal empañado por la niebla de mi propio aliento, miraba abstraída hacia la calle.   La lluvia y el viento mezclados, enturbiaron los colores grises, claros, de nubarrones casado con ruidosos truenos.   El agua invadía la calzada de tal manera, que no dejaba cruzar a la gente que vivía al otro lado.   Mi corazón se alegraba viviendo momentos de felicidad. ¡Por fin tenemos agua! me dije. Y seguí gozosa, contemplando al infinito.   La paz y la alegría, no vienen por grandes hazañas, ni por espectaculares logros si no por la sutil mirada contemplativa, de las cosas pequeñas de cada día. 07.11.2000

otoño del año 2000. María López Visiedo

Tras el cristal empañado por la niebla de mi propio aliento, miraba abstraída hacia la calle.   La lluvia y el viento mezclados, enturbiaron los colores grises, claros, de nubarrones casado con ruidosos truenos.   El agua invadía la calzada de tal manera, que no dejaba cruzar a la gente que vivía al otro lado.   Mi corazón se alegraba viviendo momentos de felicidad. ¡Por fin tenemos agua! me dije. Y seguí gozosa, contemplando al infinito.   La paz y la alegría, no vienen por grandes hazañas, ni por espectaculares logros si no por la sutil mirada contemplativa, de las cosas pequeñas de cada día. 07.11.2000