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La partera. Pablo A. Bugallo

La réplica de los best-sellers de sopa de ajo a que nos tienen acostumbrados las editoriales Los ojos, cerrados casi del todo por el peso del tiempo, lo escrutaron con presteza y profesionalidad en busca de deformidades. El llanto claro y estridente era un buen presagio, pero siempre convenía cerciorarse: más comadres habían muerto en la hoguera, por brujas y hechiceras, que por cualquier otra causa, incluidas las plagas que regularmente diezmaban las poblaciones de los reinos de Europa. La vieja partera luego posó a la criatura en el suelo, entre sus piernas, sobre un lecho de paja seca cubierto con su mejor paño, tres codos de un tejido suave como el melocotón en cuyo rojo carmesí parecía ahora flotar el cuerpecito indefenso. Se lo quedó mirando como quien ve una aparición. Durante unos segundos, aquel llanto impregnado de rojo, el color de la sangre, le desgarró el alma en mil jirones. Los ojos, antaño manantiales generosos, le dolían como si unas manos invisibles se los estuvieran

37.-La partera. Pablo A. Bugallo(139)

La réplica de los best-sellers de sopa de ajo a que nos tienen acostumbrados las editoriales Los ojos, cerrados casi del todo por el peso del tiempo, lo escrutaron con presteza y profesionalidad en busca de deformidades. El llanto claro y estridente era un buen presagio, pero siempre convenía cerciorarse: más comadres habían muerto en la hoguera, por brujas y hechiceras, que por cualquier otra causa, incluidas las plagas que regularmente diezmaban las poblaciones de los reinos de Europa. La vieja partera luego posó a la criatura en el suelo, entre sus piernas, sobre un lecho de paja seca cubierto con su mejor paño, tres codos de un tejido suave como el melocotón en cuyo rojo carmesí parecía ahora flotar el cuerpecito indefenso. Se lo quedó mirando como quien ve una aparición. Durante unos segundos, aquel llanto impregnado de rojo, el color de la sangre, le desgarró el alma en mil jirones. Los ojos, antaño manantiales generosos, le dolían como si unas manos invisibles se los estuvieran

37.-La partera. Pablo A. Bugallo(139-

La réplica de los best-sellers de sopa de ajo a que nos tienen acostumbrados las editoriales Los ojos, cerrados casi del todo por el peso del tiempo, lo escrutaron con presteza y profesionalidad en busca de deformidades. El llanto claro y estridente era un buen presagio, pero siempre convenía cerciorarse: más comadres habían muerto en la hoguera, por brujas y hechiceras, que por cualquier otra causa, incluidas las plagas que regularmente diezmaban las poblaciones de los reinos de Europa. La vieja partera luego posó a la criatura en el suelo, entre sus piernas, sobre un lecho de paja seca cubierto con su mejor paño, tres codos de un tejido suave como el melocotón en cuyo rojo carmesí parecía ahora flotar el cuerpecito indefenso. Se lo quedó mirando como quien ve una aparición. Durante unos segundos, aquel llanto impregnado de rojo, el color de la sangre, le desgarró el alma en mil jirones. Los ojos, antaño manantiales generosos, le dolían como si unas manos invisibles se los estuvieran

Mi hombre. Pablo A. Bugallo

Le costaba conciliar el sueño después de hacer el amor. Pablo, en cambio, se quedaba dormido como un bendito al poco de acabar. Una rutina que comenzó cuando lo hicieron por primera vez en un hostal de mala muerte de las Islas Canarias. Había sido poco menos que providencial que los dos se apuntaran al viaje organizado por la facultad para celebrar el llamado "paso del Ecuador" y que la suerte les asignara asientos contiguos en el avión. Lo demás fue coser y cantar: estaban hechos el uno para el otro y saltaron chispas apenas se rozaron. Tras siete días de hacerse los encontradizos, volvieron a Madrid con la certeza de haber encontrado ambos el amor de su vida. --- !Ay, Dios ! --- pensó ---. ¿ Puede tanta dicha durar una vida entera? ¿ Seguiremos amándonos así cuando seamos viejos?  Pablo, ajeno a tan tenebrosos pensamientos, le daba la espalda como siempre. Su respiración, lenta y acompasada, no presagiaba más que felicidad, presente y futura. Cinco años llevaban ya juntos.

Mi hombre. Pablo A. Bugallo

Le costaba conciliar el sueño después de hacer el amor. Pablo, en cambio, se quedaba dormido como un bendito al poco de acabar. Una rutina que comenzó cuando lo hicieron por primera vez en un hostal de mala muerte de las Islas Canarias. Había sido poco menos que providencial que los dos se apuntaran al viaje organizado por la facultad para celebrar el llamado "paso del Ecuador" y que la suerte les asignara asientos contiguos en el avión. Lo demás fue coser y cantar: estaban hechos el uno para el otro y saltaron chispas apenas se rozaron. Tras siete días de hacerse los encontradizos, volvieron a Madrid con la certeza de haber encontrado ambos el amor de su vida. --- !Ay, Dios ! --- pensó ---. ¿ Puede tanta dicha durar una vida entera? ¿ Seguiremos amándonos así cuando seamos viejos?  Pablo, ajeno a tan tenebrosos pensamientos, le daba la espalda como siempre. Su respiración, lenta y acompasada, no presagiaba más que felicidad, presente y futura. Cinco años llevaban ya juntos.